1.2 La imagen: ¡oh sorpresa!

La imagen: ¡oh sorpresa!

                                                  

 

Vamos a hacer aquí una parada que me parece interesante: el concepto de símbolo. La palabra símbolo (del griego symbolon) se refería en su origen a algo que se ha dividido en dos para que dos personas se lleven sus dos mitades, tal como un medallón. Así, un símbolo pone en contacto dos cosas. Varios ejemplos: cruz y cristianismo, tiza e infancia. Las dos caras del símbolo, esas dos partes del medallón, conectan lo que se ve y lo que no, lo que se dice y lo que no, crean una distancia entre ellas, pero también un acercamiento.

Todo poema se trata de una cajita de doble fondo; dice mucho más de lo que parece.

Para ello, es necesaria una imagen que ayude a dar visibilidad. Esas imágenes simbólicas aparecen incluso en los poemas con ideas más abstractas.

El arte no tiene la capacidad de decirlo todo, pero sí de sugerirlo.  En este aspecto, en escritura en general, es mejor sugerir que mostrar, es decir esa imagen no necesita ser explicada pero sí necesita que sea más comprensible que la idea que quiere expresar. La necesitamos para entender más de lo que leemos.

Cuando hablamos de imagen no solo nos referimos a una imagen gráfica, sino que también puede ser sensorial: un sonido, un aroma, un tacto o incluso algo irracional. A veces es conveniente trabajar las imágenes poéticas desde esa irracionalidad. No se trata de cómo es la manzana, sino de cómo la veo yo. Es una percepción subjetiva.

La creación de imágenes es fundamental para el desarrollo del poema. En nuestro día a día, las hemos integrado en el habla de manera inconsciente: el quiosquero, que ya peinaba canas…es una imagen potentísima para decir que ya tenía cierta edad. Nos permiten entender algo diferente a lo literal.

La búsqueda de imágenes a la hora de escribir un poema no es algo que pueda pautarse de forma estricta, dependerá de nuestra imaginación y bagaje literario.

Un aspecto importante es que si la imagen va a ser el vehículo que conecte las dos realidades —la que impulsa el poema y la que utilizo para llevar al lector a ese doble fondo del que hablamos—, cuanto más alejadas estén, más potente será el efecto. En realidad, es un viaje desde lo que consideramos real hacia la imaginación o la fantasía.  En la expresión salir del armario para hacer referencia a reconocer en público la condición sexual, la imagen está muy alejada de lo que en realidad trata de expresar. Ello le confiere fuerza. Sería una imagen desconcertante. La fuerza de una imagen radica en el efecto que nos provoca.

¿Qué ocurre cuando esa imagen impacta en nosotros? Se produce algo muy bonito que es el momento oceánico, es una explosión interior que nos conmociona, algo que nos toca lo profundo. En palabras más técnicas se podría definir como el efecto estético que produce en nosotros una obra de arte.

Cuando se trabaja la imagen de una forma creativa se estimula al lector a implicarse en el poema.

Llega entre palmas de café y mareas.
¿Hay antojo en su visita?
Se reordena el mandil
y le vuelan los mapas.
Tiene un ritmo tropical,
curiosidad de nectarina.
Viste como jardinera de horizontes,
curandera de esquirlas volcánicas,
electricista de sombras chinescas
Aparece con asombro y paisaje
con espasmo de medusa
con madreselva y ruido de orillas.
Como al vino, le florecen los astros
como orgía de coco en copa fina.

Convoca en gong a mis deseos,
recortables sin las pestañas que los unen
a los trajes
y a la vida.

En este poema de mi autoría vemos varias imágenes: jardinera de horizontes, curandera de esquirlas volcánicas, le florecen los astros. Piensa qué te evocan.

Aquí debemos pararnos a hacer una advertencia. Hay que querer ver esa imagen. La poesía requiere querer ver ese más allá. Es necesaria también la intencionalidad: tengo que querer alucinar, emocionarme. Me predispongo de alguna manera a captar esa emoción poética.

Mi opinión es que el arte es para quien quiera aceptarlo, es exponerse a que te toque, situarte a tiro y decirle: ¡aquí estoy, dispuesto a lo que quieras hacerme, tócame, hazme un truco de magia, vuélveme loco, ahí me tienes! Es tener la capacidad de ver en esa forma de expresión algo que te toque, que te motive, que te emocione, sea bonito o feo, es decir no es buscar solo la belleza porque también puede ser un poema triste o feo y que te llegue de alguna manera. No es tanto la capacidad de ser sensible sino la de dejarse tocar, la de exponerse a ver lo que pasa. A veces esa emoción puede provocar leve caricia, un tirón de pelo o darte tres vueltas alrededor del mundo como cabeza de alfiler. También puede perdurar en el tiempo y como decía Bachelard:  algunas obras arraigan en nosotros.

Luciano Berio, compositor italiano, cuenta que, una vez, Jakobson (filólogo ruso) le preguntó: Dígame Berio qué es la música. Él respondió: Todo lo que escuchamos con la intención de escuchar música.

Es decir, pone el énfasis en el receptor. El lector es una parte importante en el poema. Si no está dispuesto a ver ese más allá, el poema no sucederá.

La belleza de una imagen tiene que ver con lo inesperado, lo sorprendente, es decir con la extrañeza.

Hazlo tú

Vamos a dibujar mentalmente una ventana. ¿Qué paisaje ves? ¿A qué lado estás? Atrévete a escribir un pequeño poema o una composición donde expongas una imagen en esa ventana. Omite, si puedes, la palabra ventana.

Abrí la suerte

y el día apareció piando

como si quisiera escaparse

quien siempre había sido

aprendiz de luna.

Beatriz Ugalde

 

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