Encuentro
En la más pura irrealidad
hay un vestigio de luna, una hoja clara,
apenas señuelo de entusiasmo
en el brote que adivina lo verde.
Hay un amarillear en la calma,
un gesto de piedra estéril
en lo que se desvanece a destiempo.
Caperucita I
Mi hoja sigue
su complacer humano,
ha caído en las redes
de una miseria urbana,
ha sentido el lento casamiento
del grijal al río,
los cantos de tez desnuda
en el lavar de los pecados,
se ha hecho dueña de sus ganas
en las mías.
El lobo I
Velero de enjambres de luz
a las puertas del viento,
llama tam tam
en medio del bosque,
no aúlles mi nombre
a los lobos del alma.
Llama tam tam
y amanece latido.
Caperucita II
Cuéntame historias impías
que circulen por los nudos de cipreses
que perdieron las alas de lo humano
para hacerse estorninos.
Dime por qué tú no fuiste uno de ellos
si habías decidido volar.
El lobo II
Antes de encontrarte
yo era oveja
de un rebaño perentorio,
mi lana escupía en calderos
el hilo de la tristeza,
pero tú que lo has visto todo
dime si algún animal del sueño
regresa de la noche
con más fiereza.
El bosque
Mi corazón son todas las margaritas
que no permite este campo,
tu visita es fugaz
y el astrolabio vive tentado
de aprender mapas en todo
lo que se le antoja universo
como esta risa que decidimos.
Final de la historia
¿Conoces el mar en la hoja,
el espasmo blanco de las mareas,
el teñirse oscuro de los barcos
cuando se hacen estelas de nombres?
Hay lejanías que se cuentan
como pedradas en los cristales
con la sutileza de una hoja.
No te hagas la desentendida,
tú conocías el mar
antes de verlo en mis ojos.
Dijiste que todas las raíces alcanzan
la costumbre del mar
cuando mis dedos rumiantes,
cangrejos de luna
bebieron tus filtros
de desamor y vida
para hacerse otros sueños
de la misma fantasía.