Y se fueron haciendo de papel
todos los barcos,
pero las olas no doblegaron su esfinge
de sal endiosada.
Nunca domines el mar, me dijo
mientras su barba crecía
al infinito del viento.
Yo no hice caso
y adiestré caracolas
ignorando la mancha lunar de los días.
Cuando desperté se había ído,
dejó su piano y su ceniza
de largas noches de humareda,
dejó la huella silenciosa
de los barcos encallados,
dejó una música de jazz
en los locales de mi invierno.
Dejó humedad de poema
en los barcos de papel.